lunes, 14 de julio de 2014

Cruzando la calle

El tipo de esta historia es un señor de aproximadamente cuarenta y tantos años, tez clara, robusto y de poco cabello. Viste con tonos marrones (al menos son los colores con los que más lo he visto). Lo conozco de vista hace meses, se que vive cerca a mi casa porque en alguna ocasión lo he visto caminando por la ruta que yo hago de regreso del trabajo. Algunas mañanas me lo encuentro en el paradero, en alguna ocasión hemos subido al mismo bus y algún otro día se ha subido al bus en el que me regreso a casa. Pese a que coincidimos varias veces, en algunas de ellas lo he evitado, no porque parezca una mala persona sino por que no sabía como tratarlo; ya que es invidente. Una ocasión le pregunte si deseaba que lo ayudase a cruzar la pista, a lo que respondió afirmativamente. Obviamente lo ayude a cruzar pero inmediatamente después de ello me despedí, cruce la siguiente pista y camine lo más rápido posible rumbo a mi casa, era la primera vez que lo veía y no sabia hacia donde se dirigía. A pocos pasos de avanzar mire alrededor y en la acera del frente lo vi continuar por la misma avenida. Me dio vergüenza cruzar nuevamente la pista y preguntarle nuevamente si desea que lo ayudase; por lo que tan solo atine a seguir mi camino. En otra ocasión, bajamos juntos en el paradero y esta vez si lo evite, me fui a comprar unas cosas para no ayudarlo. Me da vergüenza admitirlo, pero es cierto. Después de comprar y mientras lo veía irse pensaba:"¿Qué pasa conmigo?. Me sentí incomoda, no me reconocí en mi proceder. Esa mujer no era yo. Me di cuenta que la ignorancia estaba provocando que mi comportamiento fuera inmaduro. Estaba evitando a ese señor solo porque era diferente y me asustaba no saber que decirle o que lo que le dijese lo afectase de algún modo. En vez de comportarme solidaria y amable frente a esa persona, optaba por fingir indiferencia ante su necesidad de ayuda, que si bien no era mi obligación estaba en mis manos y dentro de mis posibilidades ayudarlo. La insensibilidad y hasta el miedo a lo poco conocido estaba invadiendo mi ser; el agente de cambio que me considero, por esos momentos había desaparecido. Si bien el mundo no es el mejor lugar para vivir por estos días, dado el alto grado de criminalidad, la contaminación ambiental, la indiferencia social y entre otras muchas cosas, considero que no he perdido la fe en las personas. A decir verdad, no he perdido la fe en mi misma y por ello sé que si uno quiere que el mundo cambie, pues uno tiene que cambiar. "Uno debe ser el cambio que quier ver en el mundo". Me puse a pensar que estaba siendo injusta con ese señor, que no lo conocía y sin embargo lo estaba discriminando simplemente porque era diferente a mi; como no entendía su condición me era más fácil evitarlo que afrontar dicha situación. El tipo de esta historia se llama Luis, un señor de cuarenta y tantos años, tez clara, robusto, amable, símpatico, sociable, de muchas ideas emprendedoras y poco cabello. Estudió Sociología en la Universidad de San Martín de Porres y actualmente trabaja en el CONADIS como capacitador del programa de emprendimiento para personas con discapacidad. Todo eso lo sé porque hoy me lo encontré en el paradero justo cuando me disponía a cruzar la pista en dirección a casa ...Y conocí a Luis una persona de carne y hueso, con emociones, sentimientos, que goza de los mismos derechos, deberes y oportunidades que cualquiera de nosotros, que esta expuesto a los mismos riesgos y que si bien tiene una discapacidad esta no ha evitado que haga su vida tan igual como tu o yo. Hoy me di una oportunidad, un tiempo y créanme cuando les digo que yo no lo ayude a cruzar a él, él me ayudo a cruzar a mi esa calle...